Santa Isabel de Hungría nació en 1207 como hija del rey Andrés II de Hungría y su esposa Gertrudis de Merania. Creció en la corte húngara junto a sus hermanos los príncipes Béla, Colomán y Andrés. Desde su privilegiado puesto en la corte descendía, desde muy niña, para buscar a los menesterosos, y los regalos que recibía de sus padres pasaban muy pronto a manos de los pobres.
Conforme a las costumbres de la época, fue prometida a corta edad a Luis de Turingia-Hesse, hijo de Herman I, margrave de Turingia. Este compromiso matrimonial tenía la finalidad de afianzar la alianza de ambos países contra el rey Felipe de Suabia. El matrimonio tuvo lugar en el año 1221, es decir, al cumplir Isabel sus catorce años, en Wartburg de Turingia. De esta forma la princesa nacida en un país lleno de sol y de abundancia como era Hungría, vino a parar a la dura y pobre tierra germánica.
En cuanto podía, aprovechando la noche, dejaba el palacio y visitaba una a una las chozas de los vasallos más pobres para llevar a los enfermos y a los niños, bajo su manto, un cántaro de leche o una hogaza de pan.
Santa Isabel veía siempre la imagen trasunta de Cristo en los pobres, fue espiritualizando cada vez más su vida. Su alma generosa se asomaba a sus ojos negros y profundos, que brillaban como candelas de amor en las sombrías casuchas de los pobres de Wartburgo. Por muy severas que fuesen sus penitencias, Isabel las recubría con cariño y donaire para no perder el encanto natural ante los ojos de su enamorado esposo.
Santa Isabel paso por muchos pesares a su corta edad calumnias, acusaciones, etc. Sin embargo siempre contaba con su marido como su amparo. Su vida cambió radicalmente cuando Luis murió a causa de la epidemia el 11 de septiembre de 1227, en Otranto, Italia cuando se dirigía a unirse a la Sexta Cruzada conducida por Federico II. Después de depender durante algún tiempo de la caridad de su tía, la abadesa de Kitzingen, marchó a Marburgo, Isabel ya nada tenía que la ligase al mundo, y solemnemente, en la iglesia de los Frailes Menores de Eisenach, renunció a sus bienes, vistió el hábito gris de la Tercera Orden y se consagró enteramente y de por vida a practicar heroicamente la caridad. Años después -1228-29- emprendió la construcción del hospital de Marburgo, cuya capilla puso bajo la advocación del Padre Seráfico, San Francisco de Asís.
Isabel, firme en su propósito de dedicar su vida a los pobres y enfermos, buscando en ellos al propio Jesucristo, rechazó una y otra vez la llamada de su padre, el rey de Hungría, que, valiéndose de nobles emisarios y hasta de la autoridad episcopal, trataba de convencerla de que regresase a su país. En cambio, acudió solícita a la llamada de su Señor, y a los veinticuatro años en 1231, subió al cielo a recibir el premio merecido por haber aplicado el agua a tantos labios sedientos, curado tantas heridas ulceradas y consolado tantos corazones oprimidos. Fue enterrada en la catedral de Marburgo y canonizada en 1235 por el papa Gregorio IX.
Santa Isabel de Hungría ha sido elegida como Patrona de la Tercera Orden Franciscana y son muchas las congregaciones religiosas dedicadas a la caridad que llevan su nombre, y más de setenta los templos que la tienen por Patrona.